Aunque se sabe desde hace décadas que hay ejemplos anteriores a L’Orfeo que inaugurarían el género operístico, lo cierto es que esta obra sigue manteniendo su estatus inaugural de una historia de más de 400 años, al menos en el imaginario colectivo. Por primera vez, esta ópera de Monteverdi se escuchaba en el Palau de Les Arts (ver previa en este enlace), un teatro que con su arquitectura reclama la modernidad y pervivencia del género; la interpretación de esta ópera en este escenario generó la imagen de un alfa eterno interpretado en un omega temporal. La versión, dirigida por Leonardo García-Alarcón, era en concierto, pero semiescenificada, a saber, la disposición del coro en semicírculo a la manera de una orchestra de un teatro romano y el movimiento actoral de los cantantes delante de los instrumentistas crearon una ilusión teatral acompañada de una sencilla pero efectiva iluminación. Además, eventualmente, se utilizó el resto de la sala; por ejemplo, en la fanfarria inicial la percusión y los metales entraron por el patio de butacas, algo que se repitió en distintas ocasiones, como en la aparición de Caronte. Pero en este espectáculo no solo los cantantes actuaron, sino que incluso bailó (excelentemente) el primer violín, Yves Ytier, quien alternando el baile con su interpretación…